Una demanda ejecutiva es un tipo de juicio rápido que busca cobrar una deuda respaldada en un documento válido. Este documento se llama título ejecutivo y puede ser un pagaré, un cheque, una escritura pública o incluso una sentencia judicial. A diferencia de un juicio ordinario, este proceso es más breve y directo, porque el tribunal parte de la base de que la deuda ya está probada.

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¿Cómo se aplica una demanda ejecutiva?

Cuando un acreedor quiere recuperar su dinero, presenta la demanda junto a ese documento que demuestra la obligación.

El tribunal revisa los antecedentes y, si todo está en regla, ordena notificar al deudor. Desde ese momento, el tiempo corre rápido. El deudor tiene un plazo corto para oponerse, pero no puede hacerlo con cualquier excusa. Solo puede alegar razones como que ya pagó, que la deuda prescribió o que el documento tiene errores.

Si no hay defensa válida o el deudor no responde, el tribunal puede ordenar un embargo sobre sus bienes. Estos bienes luego pueden ser rematados para cubrir el monto de la deuda, más los intereses y los gastos del juicio.

En otras palabras, si el deudor no reacciona a tiempo, corre el riesgo de perder parte de su patrimonio.

¿En qué momentos puede ser usada?

Para presentar una demanda ejecutiva es clave que la deuda esté vencida y sea exigible. También que no haya pasado el plazo legal para cobrarla. Pero lo más importante es que exista un título ejecutivo, porque sin ese documento no hay forma de iniciar el proceso.

¿Qué hace de una demanda ejecutiva un proceso –bastante– eficiente?

En resumen, la demanda ejecutiva es una herramienta legal que acelera el cobro de deudas. Protege al acreedor, pero también le da al deudor un espacio breve para defenderse. Conocer este mecanismo ayuda a entender cómo funciona la justicia cuando las deudas dejan de ser solo un papel y se transforman en una obligación judicial.

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